domingo, 6 de abril de 2008

Lluvia rosada gris


Ella se destiñe,
en las pupilas de los ojos del hombre,
se descascaró de sus sentidos,
gritó, gimió, y luego lloro bajo el alba.

En su húmeda falda rosada,
guardaba quince años de inocencia,
en su apretada blusa celeste, reside
la inmadurez de su sexo.

Pero llegó él, con sus finas botas
de cuero negro, recién orinadas
por el odio de los perros.
“y la tomó”, bebió toda la noche
del cóctel de su virginidad.

Bebió, de la maldita noche
la simple desdicha del mal.

Ella llovía con un rosado gris,
mientras él lastimaba cada parte de su cuerpo.
La enredó con su oxidado alambre de abstinencia.
La ahorcó con la soga de su excitación.
“Y la mató”

Ella llovía bajo la ducha,
mientras su pubis sangraba de dolor.
Ella llovía en su dormitorio,
temblaba de pánico. Sudor.

Tomó conciencia del mal
que había engendrado aquel endemoniado hombre,
agonizaba sobre la cama, cuando vio
la culata del arma calibre 22.
Dio 2 vueltas a la montaña rusa,
disparó, con su último aire se mató.

No lloró, se dio vuelta por detrás del sillón.
Gritó, gimió.
El llanto del niño que habitaba en su vientre,
era tan maduro, y tan maldito
que murió.

Ella llovía otra vez, mientras se adaptaba
a su nueva vida.
Pensaba: “¿Qué mas da? Si no hay mas dolor.”

Ella llovía de rosado gris.
Se secó y se sumergió diez metros bajo tierra.
Pasó a ser parte del olvido.

Él caminó como un vagabundo todas las noches;
hasta que vino un loco engatillado
y disparó.
No tuvo tiempo de arrepentirse,
se llevó todo el aire de la ciudad.

Entonces el diablo le tocó un muslo,
lo domesticó, lo engañó,
y lo llevó a su cruel infierno.

Y ahora es así una tumba bañada en sangre:
Un infeliz hombre pudriendo nuestro eterno
jardín.

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